La araucaria o pehuén es una especie endémica de Chile, que se ubica principalmente en la Cordillera de Los Andes y posee ejemplares de casi dos mil años de edad. Intrigados por este árbol fuimos a conocer la Reserva Nacional Malalcahuello, un área protegida en el corazón de la Araucanía Andina.
Llegamos a la reserva un viernes de verano por la tarde y de inmediato fuimos a conocer la denominada Araucaria milenaria. Para llegar a ella es necesario hacer un recorrido de baja dificultad, a través del cual entramos en contacto con una naturaleza de belleza sobrecogedora.
Durante el recorrido conocimos el largo proceso de crecimiento de este árbol y entendimos que las araucarias son fiel reflejo de la época en la que crecen y se desarrollan. Así, por ejemplo, es posible encontrar araucarias con el tronco o las ramas de cierta forma porque se han visto influenciados por grandes incendios o afectados por las erupciones.
Aprendimos también que las araucarias tienen género, y que normalmente cada macho está rodeado por unas 10 hembras. Se pueden diferenciar por el fruto que producen. De la hembra nacen unos conos que contienen los famosos piñones, considerados fruto sagrado por el pueblo mapuche, y reconocidas por su gran valor nutricional.
A la mañana siguiente partimos a conocer el cráter Navidad, del volcán Lonquimay, formado luego de la erupción de 1988. Por la gran cantidad de energía acumulada del volcán, se formó este cráter que expulsó lava de manera constante por unos 10 días.
Luego de poco más de hora y media de caminata de mediana intensidad llegamos al cráter. En la cima se puede notar el rojo intenso que quedó de la lava que se enfrió en las alturas. Este punto es ideal para dejar volar la imaginación y tratar de entender cómo este proceso cambió por completo el entorno, haciendo desaparecer la vegetación del sector.
A la vuelta de la excursión nos dimos unos minutos para disfrutar del paisaje desértico que dejó la lava escurrida desde el cráter Navidad. Me impresionó que en una misma reserva convivan paisajes tan opuestos como son los bosques de araucarias y las laderas desnudas del volcán Lonquimay.
Durante la mañana del domingo y bajo una tenue lluvia de verano, nos internamos en el Fundo La Estrella. Fueron más de 2 horas de caminata en que seguimos de cerca el trayecto del Río Colorado, además de internarnos en bosques de araucarias, lengas y coihues. Al borde del camino, hacían su aparición una decena de flores silvestres que adornaban el camino con múltiples colores.
Caminando entre medio de estos árboles ancestrales, maravillándonos con la singular belleza de las araucarias y la abundante vegetación de la reserva, decidí que es un espectáculo que hay que admirar en las distintas épocas del año. Cada estación con sus respectivos atractivos.
En verano, cuando se puede disfrutar de una temperatura ideal y hacer múltiples actividades al aire libre; en otoño, momento en que el resto de los árboles se tiñen de rojo y dan un verdadero espectáculo de color; en invierno cuando los árboles resaltan con el blanco de la nieve y los deportes invernales se toman la reserva; y en primavera, época en que la vida vuelve a florecer en cada rincón con los pájaros como anfitriones de una nueva vuelta al sol. La decisión está tomada: a este lugar hay que volver.