Luego de salir de la oficina, enfilamos rumbo a la Ruta 68 para pasar el fin de semana en Valparaíso. El viaje fue agradable, sin mucho tránsito. Por lo general, voy a Valparaíso en bus, pero esta vez decidí ir en auto.
Hace tres años no iba al puerto, la ciudad que solía visitar cada fin de semana y cada año nuevo. El recuerdo de una ciudad humilde, pero generosa, tan querida por Neruda quien le dedicó poemas y donde construyó una de sus casas, nunca se fue del sitial de ciudad favorita.
Llegamos a nuestro hospedaje en Cerro Concepción. Esta vez, decidí quedarme en el epicentro del arte callejero y observar este fin de semana en Valparaíso desde la perspectiva del turista.
Esa primera noche salí a pasear por avenida Blanco. Las calles estaban llenas. Mientras los extranjeros preferían quedarse en los café y bares de los cerros, los locales se perdían en los clubes nocturnos del plan de la ciudad. Pasamos por la Piedra Feliz y El Irlandés, dos emblemáticos bares del puerto.
Quería disfrutar de la bohemia que se respira en «Valpo», pero también descubrir nuevos puntos de arte callejero en la ciudad. Porque eso es Valparaíso: una explosión de color y creatividad. Ni siquiera tracé un recorrido: no fue necesario. Ya al momento de llegar a mi hospedaje, me encontré con la escalera Fischer, unos empinados escalones que llevan al paseo Gálvez. Justo al frente, cruzando la calle Arriola, está la escalera Apolo, cuya intervención invita a la unidad de los pueblos y marca el límite fronterizo (y algo confuso) con el Cerro Alegre.
A la mañana siguiente, despertamos temprano, subimos por la escalera Fischer y llegamos al Pasaje Gálvez. Un paseo lleno de distintos tipos de arte callejero. El primero que elegí para fotografiar es una imagen de uno de mis escritores favoritos, Jack Kerouac junto a su amigo Neal Cassidy, la misma foto que se encuentra afuera del museo Beat de San Francisco, en Estados Unidos.
Ambas ciudades guardan algunas similitudes: cuentan con un clima similar y tanto San Francisco como Valparaíso dominaron las alturas a su manera: nuestro puerto con sus calles y pasajes laberínticos y San Francisco con su trazado de calles rectas. Y es que Valparaíso es una ciudad muy diferente al resto de Chile, con una identidad intervenida por los inmigrantes que llegaron en busca de una oportunidad, al igual como ocurrió en la ciudad norteamericana.
Nos perdimos por el Cerro Alegre, hasta llegar a un restaurant donde ofrecen desayuno todo el día: huevos, té, jugos naturales, todo lo necesario para seguir re descubriendo Valparaíso. En la entrada nos recibió un gato tricolor. Y es que en el puerto, los gatos se han tomado el poder. Los puedes encontrar paseando en restaurantes y hoteles o simplemente tomando el sol desde las ventanas, como reyes absolutos, un complemento perfecto para las escaleras, pasajes y coloridos rincones de la ciudad.
Luego caminamos unas cuadras más arriba por la calle Almirante Montt y nos encontramos con una de las intervenciones más emblemáticas y creativas de la ciudad: el de una abuelita con uñas rojas que observa algo apática la pendiente desde la esquina de una casa. Se trata de “La mamie de Valparaíso”, una obra creada por el colectivo francés Ella & Pitr, que abarca dos muros casi completos.
Doblamos a la derecha para bajar por Templeman y encontrarnos con otro punto importante del arte callejero local: We Are Happy Not Hippies, símbolo de Valparaíso, pintado por un colectivo británico. Tanto así, que cuando desapareció y fue borrado con pintura blanca, unos artistas locales lo devolvieron a la vida, dejándolo casi idéntico al original.
Al bajar, me di cuenta que los angostos escalones que llevan hasta esta obra están llenos de pequeños detalles y paisajes dibujados a mano, así como los muros de las casas que los acompañan.
Valpo no es una ciudad simple de navegar, menos para aquellos que no somos muy hábiles con las direcciones. Por eso, al día siguiente y para aprovechar al máximo este fin de semana en Valparaíso, participamos de un tour a pie, el cual se inició en la plaza Sotomayor y nos llevó por los funiculares de más de cien años de la ciudad, por los paseos Yugoslavo, Gervasoni, Atkinson y Dimalow y los cerros Concepción y Cerro Alegre, donde revisitamos algunos rincones que habíamos visto el día anterior. La diferencia era que ahora había un guía local contándonos los secretos de cada lugar. Pero si vas por tu cuenta, siempre habrán porteños dispuestos a contarte historias que no aparecen en las guías de viajes.
Creo que eso es lo que más me gusta de Valpo: nada está dispuesto al azar, todo tiene una razón, y eso la hace aún más especial. Además, los locales son amables y pacientes ante la cantidad de visitantes que recibe su ciudad. Y los santiaguinos, tenemos la posibilidad de vivir un fin de semana en Valparaíso mucho más seguido.
Nos faltó tiempo para visitar el Museo a Cielo Abierto del Cerro Bellavista. Un fin de semana en Valparaíso no es tiempo suficiente para recorrer sus maravillosos y diversos atractivos, pero en 48 horas se pueden descubrir los puntos más destacados y que hacen famoso a esta ciudad Patrimonio de la Humanidad: sus funiculares, su historia y el arte callejero que baila rebelde sobre sus cerros.
Texto y fotos: Fran Opazo