Junio es el mes del Machaq Mara para los Aymaras, We Tripantu para los Mapuches y la temporada de Turismo Rural para nosotros en el Chile es Tuyo. Un mes para sumergirse en nuestras tradiciones y poner en valor lo que nos regala la tierra, por ello rescatamos el relato de nuestros amigos de Faro.Travel sobre Cayupil, disfrútala y enamórate de este poblado junto a nosotros.
«Hace algunos años tuve la oportunidad de convivir con lugareños de la comunidad de Cayucupil, en la Región del Biobío, quienes me enseñaron parte de sus tradiciones, entorno social y naturaleza, la cual respetan muchísimo. Así conocí desde el rehue –su altar ceremonial que reúne toda su cosmovisión– hasta la humildad de sus hogares contemporáneos y la exquisitez de las comidas basadas fuertemente en la papa o patata.
Este poblado rural está ubicado entre Cañete y el Parque Nacional Nahuelbuta, y su población no debe superar las 5.000 personas, de las cuales más del 80% corresponde a pueblos originarios. Cuenta con servicios básicos y alojamientos que permiten tener una buena y tranquila estadía con parajes naturales como el lago Contulmo, el parque en sí, y el río Cayucupil y sus afluentes. La historia lo recuerda como uno de los lugares donde se libraron batallas entre la colonia española y los defensores de las tierras de Arauco.
Tradiciones y Leyendas
Recuerdo que durante el día muchos de ellos desarrollaban su vida en base a la agricultura o el comercio, y al atardecer regresaban a sus casas en la micro local, para luego compartir con sus familias. Algunas veces realizaban un pequeño desvío para visitar a sus vecinos o asistir a velatorios fúnebres, donde muestran sus mejores costumbres, cantos, comidas y vestimentas. Si el finado era experto en la chueca o palín, juego deportivo de tradición en la cultura mapuche, se le despide como al capitán de un gran equipo deportivo de alto nivel.
Más de alguna vez fui invitado con otros colegas a compartir un botellón de vino, un asado de vacuno o productos del mar a la parrilla que me hicieron chuparme los dedos para no perder ningún sabor. Otras veces el panorama era, simplemente, reunirse junto al río y tomar un poco de chicha de manzana con harina tostada y un poco de azúcar, la clásica chupilca o pihuelo, dependiendo de la zona de procedencia. Se sumaba a esto escuchar las historias de la luna, el fuego, y de Kai Kai Xem Xem (serpientes gigantes de la creación del universo mapuche).
Creo que la invitación más especial fue salir a recolectar hongos comestibles, lo que para ellos es tan normal como sacar frutas del árbol de la casa para hacer jugo o mermelada. Había muchísimas especies distintas de hongos, entre ellos la famosa amanita muscaria, que se conoce por ser altamente tóxica; sin embargo, ellos transmiten su sabiduría de generación en generación, por lo que hasta los más pequeños saben diferenciarlos.
Pero no todo es festejo etílico o comilona bailable. En una ocasión especial, más de 300 comuneros mapuches emprenden ruta a la piedra del águila en el Parque Nacional Nahuelbuta. Este monumento natural –situado en uno de los sectores más altos de la cordillera de la Costa y rodeado de araucarias milenarias– los convoca para agradecer las oportunidades que la vida y los ancestros les han brindado.
La herencia ancestral
De ese viaje me traje cosas de las cuales me volví fanático, como el merkén ahumado, el ají deshidratado, el maní con merkén, el charqui, los piñones, etcétera, además de un baúl lleno de recuerdo y amistades que espero alguna vez volver a ver. Eché también en mi mochila de viaje unas imágenes tan potentes que hasta el día de hoy me acompañan, como cuando conocí al Lonco (o jefe de la comunidad) y a la Machi (o curandera) en una misma ceremonia. Fue como dar un paso a siglos atrás, cuando todo recién comenzaba.
Sentí que estar junto a los aborígenes, guerreros y agricultores de mi país era un reconocimiento a una cultura que hoy en día fácilmente se desecha; yo logré tomarles cariño, valor y, por sobre todo, respeto.
No cabe duda de que ha sido una de las experiencias más difíciles de volver a repetir. Dicen que desprenderse de una persona es fácil, pero a mí me ha costado trabajo hacerlo con esta cultura ancestral que desde entonces me ha permitido crecer con una mente más abierta».
Foto: (cc) Ricardo Luengo